En ocasiones, algunas personas lesbianas y gais partimos de la idea de que a las mujeres trans hay que tratarlas con la consideración del: “ay, pobrecitas, en todas partes las discriminan”. La “agenda” lésbica y gay ha ocultado y mancillado el espacio trans .
Recientemente se despertó una gran controversia en Estados Unidos por los desatinados comentarios del presentador de la cadena CNN Piers Morgan cuando entrevistó a Janet Mock, activista transgenerista. El detonante ocurrió cuando él se refirió a la etapa en que ella “aún era un hombre”, haciendo énfasis en su tránsito.
Esta alusión desencadenó la rabia de diferentes activistas, quienes hicieron evidente la falta de conocimiento de Morgan sobre el transgenerismo. Él se defendió diciendo que era un gran aliado de las causas LGBTI.
En un artículo de opinión, Jeff Krehely, vicepresidente de Human Rights Campaign, reconocida ONG que trabaja a favor de la igualdad de derechos de las personas LGBTI en Estados Unidos, narró su experiencia con las personas trans, y señaló que no basta con ser un aliado sino que esto se debe incentivar con conocimientos y con la disposición a escuchar de primera voz a esta población.
Este debate me hizo pensar sobre cómo lesbianas y gais nos hemos acercado a las personas trans en Colombia. Y, por supuesto, en cómo ha sido el del Estado hacia ellos y ellas.
Desde hace más o menos ocho años, he venido trabajando con este sector social. Debo confesar que al inicio fue un hecho accidental, debido a que en algunos talleres en los que apoyaba a trabajadores/as sexuales llegaban algunas mujeres trans. En esta primera etapa afloró mi transfobia, profundamente enraizada en mi posición de joven gay de clase media bogotana. Pensaba que me iban a golpear o incluso a asesinar si emitía un comentario desatinado, pues en últimas: “así son ellas”.
Con el paso del tiempo, conociéndolas más y mejor, leyendo, investigando y compartiendo sus espacios vitales, descubrí las innumerables ridiculeces en que incurría, dado mi desconocimiento y los prejuicios del medio en el que vivía. Me fui acercando más y vi que muchas personas trans viven en una situación de extrema vulnerabilidad. Aún más, que la discriminación social e institucional es muy grave y que esos prejuicios y estigmas no solamente han perdurado por la ineficacia del Estado sino por las imposturas del movimiento LGBTI.
Algunas personas lesbianas y gais nos hemos acercado a esta población de una manera abrupta. Hemos partido del “ay, pobrecita la trans, porque en todas partes la discriminan”. Y el “pobrecita”, con su reflexión asociada, plantea una consideración aún más letal: “en la medida en que uno se porte bien y no se le note que es gay o lesbiana, todo está bien”.
Esto es muy complicado de digerir, en especial cuando se comparte con personas trans. Ellas le apuestan a una transgresión profunda, pues cuestionan la construcción del cuerpo y del papel social que tenemos. Quiebran la estrecha relación que existe entre el cuerpo biológico y las identidades de género que la sociedad espera.
Y ese cuestionamiento se lo dejan saber a sus padres, madres, hermanos, vecinos, amigos y parejas. En este proceso nos llevan a gais y lesbianas por delante. Nos hacen pensar sobre cómo nos hemos posicionado políticamente.
Gais y lesbianas apostamos, en ocasiones, por ser “normales”, por encajar en la maquinaria social y por tener los mismos derechos para ser iguales a los demás. Y no estoy en contra de esta lucha. Pues es cierto que la ley debe respetar y proteger nuestros derechos humanos. Lo que cuestiono es cómo hemos caído en una trampa: reproducir patrones en los cuales se impone el modelo heterosexual como el único válido.
Me explico apelando a lo que se ve en Grindr o Manhunt, redes sociales para hombres homosexuales :“busco un hombre muy hombre, porque seré gay pero eso no me hace mujer”. Siempre he tenido esa duda: ¿qué es ser un hombre bien hombre? ¿Qué es comportarse masculinamente? Las respuestas no pueden surgir de otro lado más que del machismo y de normas muy rígidas.
Las luchas trans
Estas consideraciones pueden asimilarse al debate sobre el Matrimonio Igualitario. Es en ese espacio gris en el que coinciden la lucha por la igualdad de derechos y el intento por volver normales nuestras relaciones sexuales, emotivas y afectivas. Pero, ¿las personas trans necesitan esta lucha?
Cuando se analiza la situación en la que se encuentran ellos y ellas, se evidencia que tienen otra prioridad: la supervivencia. No sólo por no ser asesinadas sino por encontrar un lugar en la sociedad, por encontrar un espacio en la escuela sin ser acosadas ni expulsadas, por no ser sometidas a tratamientos psiquiátricos donde las traten como enfermas mentales para poder atender sus verdaderas necesidades.
También, por acceder, permanecer y ascender en empleos formales y por ejercer el trabajo sexual en condiciones dignas (como también deberían poder hacerlo las personas que así lo deseen).
El “ay pobrecita la trans” ha llevado a que sus necesidades sean manipuladas o invisibilizadas. Las personas trans que he conocido en la vida me han mostrado su tesón, capacidad de trabajo y compromiso por salir adelante. Son esas virtudes las que merecen el acompañamiento de activistas de derechos humanos, reconociéndolas y respetándolas como lo que son: sujetos políticos con una agenda muy amplia y urgente de atender.
En las campañas políticas al Congreso, hemos escuchado a varios candidatos promover la iniciativa de una Ley de Identidad de Género que permita un paso esencial: que las personas trans puedan adecuar su nombre, imagen y sexo en el registro civil y en documentos de identidad, conforme a su identidad de género.
Esta iniciativa es vital pero se enmarca en debates jurídicos, legales e institucionales muy complejos que merecen una discusión más amplia. ¿Cómo se debe dar?
Tengo reservas y críticas sobre los espacios de participación política que actualmente hay en Colombia. Por un lado, hay liderazgos que merecen ser renovados, para que traigan frescura al debate social. También es importante que surjan de procesos comunitarios y no de historias personales que pretenden ser las de toda la comunidad. Y, sobre todo, que sean más leales a las necesidades colectivas. De otro parte, los procesos que abre el Estado son insuficientes.
Acá me concentro en un ejemplo del “ay pobrecita la trans”: el reinado Mujer T, que el año pasado organizó la Alcaldía de Bogotá y que prometía mucho más de lo que pudo dar. Apeló a la belleza de las mujeres trans para supuestamente realzar sus procesos comunitarios, aunque en el evento jamás los presentó, no hubo evidencias y se escogió a la candidata con menos experiencia en el tema. Y con cinco meses en el “cargo”, no ha cumplido con las promesas que se hicieron de que sería la imagen de este proceso.
A nivel nacional no se cuenta con instancias que discutan ni diseñen políticas públicas para personas trans y que apunten a los principios que las han puesto en mayor vulnerabilidad frente a la violencia y delincuencia, sea como víctimas o victimarias.
El programa PAIIS de la Universidad de los Andes, con el apoyo del Grupo de Apoyo Transgenerista (GAT) y el colectivo Entre Tránsitos, trajo al activista y profesor de la Universidad de Seattle, Dean Spade. De su conferencia se pueden extraer muchas lecciones y reflexiones sobre qué implica defender los derechos de las personas trans y cómo deben cuestionarse muchos ángulos en los que se ha enmarcado el debate LGBTI. Incluso, se puede concluir con un interrogante: ¿es necesario disociar la T de la sigla LGBI?
Sigo apostando por un trabajo de aprendizaje e intercambio entre activistas de derechos humanos, sean lesbianas o gais y las personas trans. Pero considero necesario atender de mejor manera sus demandas y que reflexionemos sobre la forma como la “agenda” lésbica y gay ha ocultado y mancillado el espacio trans en sus luchas políticas, cuando más de una vez se afirma: “Ay, pobrecitas las trans, a ellas les toca más duro por ser como son”, sin transcender en las verdaderas implicaciones de esta afirmación.
* Consultor en Derechos Humanos. Ha trabajado con instituciones del Estado colombiano, cooperación internacional y Naciones Unidas.
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